Al llegar a Cabezón de la Sal, uno se da cuenta de que no es un lugar que se visita, sino que se vive. Suena un poco exagerado, pero esta localidad, situada en una posición geográfica estratégica dentro de Cantabria, cuenta con patrimonio natural invaluable.
Cabezón de la Sal recibe su nombre de una actividad que marcó su desarrollo durante siglos: la extracción de sal de un yacimiento salino. La localidad, que comprende la propia villa y los pueblos de Bustablado, Duña, Cabrojo, Carrejo, Casar de Periedo, Ontoria, Periedo, Santibáñez, Vernejo y Virgen de la Peña, es también el epicentro comercial de la comarca Saja-Nansa (a la que pertenece de acuerdo a la división tradicional), una zona con una actividad económica basada en el sector servicios y la industria textil.
El recorrido por Cabezón de la Sal inicia con su patrimonio histórico-artístico. Uno de los primeros puntos de interés es la Iglesia de San Martín de estilo Barroco Montañés. Asimismo, se puede apreciar el Palacio de la Bodega del siglo XVIII, que destaca con su elegante construcción neoclásica y la Casa y Parque de San Diego. Este último es un palacete construido en 1901 que fue resiliencia del Dr. Eugenio Gutiérrez González, médico de gran prestigio que incluso asistió al nacimiento del los hijos del rey Alfonso XIII, lo que le concedió el título de primer Conde de San Diego.
Caminando por la Senda Fluvial
Para los amantes de la naturaleza, la Senda Fluvial El Minchón que empieza en el Molino de Carrejo es un verdadero paraíso. Este molino del siglo XVIII, que utilizaba la fuerza del agua para moler cereal, es el punto de partida de una caminata que ofrece paisajes serenos. El camino, bordeado por prados, huertas y frutales, sigue el curso del río Saja entre Carrejo y Ontoria. El sonido relajante del agua acompaña el recorrido, y la vegetación de ribera crea un escenario único.
Pasar por la pasarela peatonal de madera que une Cabezón de la Sal con Mazcuerras ofrece unas vistas perfectas de la Sierra del Escudo de Cuabérniga al fondo, así como la posibilidad de avistar aves como la garza real o el ánade real. Al finalizar la senda en la Campa del Minchón, uno puede elegir entre desandar el camino o continuar hasta Cabezón, disfrutando de un paseo tranquilo por las mieses interiores. En nuestro caso, decidimos detenernos un momento en el área recreativa El Bosque y observar los robles, hayas, castaños, arce menor, nogales, madroños, entre otras especies.



La majestuosidad del Bosque de Secuoyas
Un lugar que no se puede dejar de visitar es el Monumento Natural de las Secuoyas del Monte Cabezón, un rincón plantado en los años 40 del siglo XX. Con sus 850 ejemplares de secuoyas, algunas de hasta 40 metros de altura, el bosque ofrece una experiencia única. Los senderos que lo atraviesan permiten admirar estos gigantes en silencio, con una atmósfera que invita a la reflexión y la paz. Además, el silencio y la luz filtrada entre las ramas altas crean un ambiente casi mágico.
Mientras caminas por los senderos, la verticalidad de las secuoyas te obliga a mirar hacia arriba, hacia un cielo que parece inalcanzable entre sus frondosas capas. Es un momento en el que puedes sentir la pequeñez del ser humano ante la grandeza de la naturaleza.
La historia del bosque de secuoyas se remonta a un período de experimentación y planificación forestal en España. En 1926, la Ley del Plan General de Repoblación recomendaba la plantación de especies de rápido crecimiento. En 1942, se constituyó el consorcio del Monte Corona con el Patrimonio Forestal del Estado, dando inicio a un proceso de repoblación que incluyó estas secuoyas.
Durante tres décadas, este monte fue repoblado con diversas especies foráneas, incluyendo eucaliptos, pinos y, de manera experimental, secuoyas. La política forestal de la época buscaba reducir las importaciones de madera y encontrar especies madereras adaptadas a las necesidades industriales. Las secuoyas del Monte Cabezón son el legado de esta iniciativa.



Las secuoyas (Sequoia sempervirens) son árboles originarios del Pacífico de Estados Unidos, conocidos por su robustez y longevidad. Pueden superar el millar de años y crecer hasta 115 metros de altura. La secuoya se distingue por su corteza gruesa, esponjosa y profundamente fisurada, de color oscuro.
Una de las características más sorprendentes de las secuoyas es su capacidad de resistencia al fuego. Los incendios naturales, ocasionados por tormentas eléctricas, actúan como aliados: eliminan la competencia vegetal, abren el bosque a la luz solar y dejan una capa de ceniza rica en minerales. El calor del fuego también ayuda a abrir las piñas de las secuoyas, permitiendo la dispersión de semillas nuevas sobre un suelo idealmente preparado.
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