El aire salado acariciaba mis mejillas mientras me adentraba en la Senda de Mataleñas, un camino costero con una de las mejores vistas y una conexión íntima con la naturaleza santanderina.
Para comenzar, nos dirigimos a la Segunda Playa de El Sardinero que nos recibió con una suave brisa marina y el rumor constante de las olas. Ahí hicimos una parada en el Mirador de García Lago desde el que tuvimos la oportunidad de disfrutar de las vistas al Cantábrico, la playa, la Península de la Magdalena y la ciudad de Santander al fondo.
Volviendo a la rotonda, cerca de las letras gigantes de Santander, cruzamos la calle y subimos por unas escaleras que dan inicio a la Senda de Mataleñas y que nos conducen al Cabo Menor. En ese mismo camino es posible apreciar el mural «Ecos de un paseo», obra de Néstor del Barrio y que muestra distintos lugares o símbolos representativos de Santander.
Las gaviotas revoloteaban en el cielo, añadiendo una melodía natural a la experiencia, mientras el aroma a salitre impregnaba el aire, despertando nuestros sentidos y transportándonos a un estado de serenidad. Cada paso que dábamos nos acercaba más a la inmensidad del océano.
Por el camino la Playa Molinucos nos recibe con su arena dorada, que desaparece misteriosamente con la marea alta, como si quisiera guardar sus secretos para sí misma.
Además, el Parque de Mataleñas se abre ante nuestros ojos como un oasis de tranquilidad y verdor. Aquí, el canto de los pájaros y el susurro del viento entre los árboles llaman.
Más adelante, la senda nos conduce a la Playa de Mataleñas, un rincón perfecto para disfrutar del mar y relajarse bajo el sol cántabro. Su único defecto es su dificultad de acceso, puesto que es necesario bajar a pie por una empinada escalinata. Sin embargo, este enclave que se encuentra al abrigo de acantilados es un sitio perfecto para disfrutar de Santander.
A lo lejos, el Faro de Cabo Mayor se erguía como un guardián solitario. A medida que nos aproximábamos a él, el rugido del océano se volvía más intenso, anunciando la llegada a uno de los puntos más emblemáticos de la costa cántabra. Desde lo alto del acantilado, contemplamos el horizonte infinito, maravillados por la grandeza del mar.
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