Adentrarse en la Península de la Magdalena en Santander es darse la oportunidad de escapar un rato de la ciudad para encontrarse con un paraíso natural e histórico. Desde sus acantilados hasta sus edificaciones, cada rincón de sus 25 hectáreas ofrece una experiencia especial.
Después de caminar por la Avenida de Reina Victoria apreciando las vistas a la Bahía de Santander llegamos hasta la entrada de la Península que nos recibió con su llamativo entorno natural. Decidimos seguir la calzada que circunda el lugar subiendo por la derecha, desde donde nos volvieron a sorprender las vistas panorámicas de la Bahía rodeada por montañas y salpicada por las playas de La Magdalena y Bikini. Desde ese punto también son visibles dos edificaciones que adornan la panorámica: la Isla de la Torre y La Horadada. Mientras la primera es actualmente una escuela de vela, la segunda cuenta con una historia un tanto más curiosa. Según la leyenda, fue perforada por la barca de piedra que transportaba las cabezas de San Emeterio y San Celedonio. El arco natural que solía tener fue derribado debido a un temporal.
A medida que recorríamos el camino nos encontramos con el Paraninfo y las antiguas Caballerizas Reales, ahora transformadas en residencia para estudiantes de la Universidad Internacional Menéndez-Pelayo. Siempre con el azul del mar a nuestro lado, ascendimos por la península hacia el Embarcadero Real, el Mareógrafo y el Faro de la Cerda. Frente a este último nos detuvimos para contemplar la fuerza del cantábrico y los restos de la batería de Sandoval. Aunque no suele ser llamativo, sí que recuerda a los distintos restos con funciones similares que pueden encontrarse en Cantabria. En este caso, se trata de una defensa construida sobre una anterior y que formaba parte de las cuatro edificaciones que se encontraban en la península con el objetivo de servir como defensa ante ataques enemigos.
Un poco más adelante nos detuvimos de nuevo. Esta vez para apreciar a lo lejos la Isla de Mouro, una postal representativa de la zona. Especialmente durante un temporal, ya que las grandes olas pueden llegar a superar la altura del faro, regalando una imagen increíble.
Un Palacio entre acantilados
Desde ese punto el Palacio de la Magdalena ya nos llamaba. Este Palacio Real, construido con piedra sillarejo y coronado por dos torres octogonales, es, para nosotros, una obra maestra de la arquitectura que domina el paisaje con su presencia imponente. Lo que en su momento fue un regalo de los santanderinos al rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia en 1912, hoy en día alberga los cursos de la Universidad Internacional Menéndez-Pelayo, así como diversos eventos que lo convierten en un punto de encuentro incluso a nivel internacional. Además, cabe destacar que es un lugar bastante reconocido, especialmente para los fans de la serie española Gran Hotel.
Lo más recomendable es pasar unos minutos admirando la arquitectura y los acantilados, algo que hicimos mientras sentíamos la brisa y escuchábamos las olas romper contras las rocas.
Encantos escondidos
Al descender, nos desviamos primero para disfrutar de las impresionantes vistas del Sardinero, del Faro de Cabo Mayor y del mar cantábrico desde la antigua caseta de los prácticos del puerto. Luego, nos adentramos bajo la sombra de los árboles en busca de rincones ocultos como la Rosa de los Vientos, un pequeño estanque que recuerda a una instalación artística efímera creada por el artista austriaco Adolfo Shlosser en 1988.
Otro punto de interés fueron los árboles caídos que han sido transformados en esculturas por el artista Rogelio Verdeja. Estas obras de arte naturales añaden un toque de magia al paisaje de la península.
Más adelante nos encontramos con el Museo «El Hombre y La Mar», una exhibición de las hazañas del navegante cántabro Vital Alsar. Las tres carabelas que donó a Santander y la réplica de la balsa con la que cruzó el Pacífico pretender transportarnos a épocas de exploración y aventura marítima.
No nos detuvimos mucho ahí porque nos esperaba el Zoo de la Magdalena. Las instalaciones naturales junto al mar nos permitieron observar de cerca a pingüinos, focas y leones marinos mientras los niños correteaban emocionados por ver a los animales.
La Península de la Magdalena es un tesoro que merece ser explorado. Ya sea por sus hermosos jardines, sus tesoros ocultos o simplemente para disfrutar de las impresionantes vistas.
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