Santoña, un enclave que se despliega suavemente a lo largo de la costa, ofrece más que simplemente vistas al mar; aquí, la historia y la naturaleza se funden en una danza inolvidable. Visitar el lugar no es solo un escape de la rutina, sino una inmersión en una aventura que culmina en el Faro del Caballo.
Desde nuestra llegada, Santoña nos recibió con un abrazo cálido de brisas marinas y un tapeo de anchoas locales, famosas en toda la región por su calidad. El paseo marítimo de Santoña fue nuestra primera parada. Una caminata a lo largo de la costa es lo que necesitábamos para recargar fuerzas antes de llegar al Faro del Caballo. Estando ahí nos inundó la atmósfera marinera e incluso parecía que el verano se había adelantado mientras veíamos a lo lejos la playa La Salvé de Laredo.
Al final del paseo nos topamos con el Fuerte San Martín. Este bastión histórico construido a comienzos del siglo XVII no solo ofrece lecciones del pasado, sino también vistas panorámicas que te preparan para la ruta que estábamos a punto de emprender.
La caminata hacia el Faro del Caballo es tanto un reto como una revelación. Inicia con una visión amplia desde lo alto del fuerte, donde el azul del mar se extiende como un tapiz bajo el sol. Este faro, retirado y solitario, se alcanza a través de una ruta que desafía el cuerpo, pero recompensa con vistas sin igual. Comienza con un sendero que serpentea a lo largo de la costa. El sonido de las olas chocando contra las rocas acompañaba cada uno de nuestros pasos, mientras el salitre pintaba de frescura la mañana.
El descenso hacia el Faro del Caballo es conocido por sus escaleras; 763 peldaños que se incrustan en la costa como si fueran parte del paisaje natural. Cada peldaño descendido nos acercaba más al rugido del cantábrico, que se mezclaba con el silbido del viento para crear una sinfonía salvaje. La ruta es exigente, no se puede negar, pero cada paso descendido revela un nuevo ángulo de la costa, un nuevo matiz en el azul turquesa del océano.
Al final de la escalinata, el Faro del Caballo emerge como un guardián solitario, aunque en realidad es visitado por turistas todo el año y en especial durante el verano. Las aguas turquesas invitan a los más valientes a sumergirse. Aunque el agua está fría, el nadar en tal entorno, rodeado de acantilados que se alzan como fortalezas naturales, debe ser toda una experiencia que quizá en otro momento nos animemos a vivir.
Para aquellos menos inclinados a realizar la caminata, la opción de un paseo en barco ofrece una perspectiva diferente pero igualmente majestuosa del faro. Desde la seguridad y comodidad, se pueden apreciar las aguas turquesas y la imponente figura del faro, todo mientras se disfruta de la brisa marina.
Un retorno pensativo
El regreso a la cima fue casi un viaje introspectivo, marcado por paradas frecuentes no solo para descansar, sino para absorber la magnificencia de la naturaleza. Santoña y su faro no son solo destinos, son experiencias que permanecen en la memoria, imborrables. Tal y como sucede con cada rincón de Cantabria. Al final, el atardecer desde el paseo marítimo fue una recompensa por el esfuerzo y una motivación más para regresar.
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