Al otro lado de la Bahía de Santander, entre la costa oriental de Cantabria, se encuentra Ribamontán al Mar. Ahí nos encontramos con Somo y Langre, dos de sus puertas de entrada a un mundo de playas doradas, acantilados y una atmósfera marinera.
La travesía comenzó por la mañana junto al Palacete del Embarcadero, actualmente en obras. Desde ahí esperamos con no tanta paciencia la llegada del barco que nos llevaría hasta el embarcadero de Somo. Se trata de un trayecto de a penas de 25 minutos desde el que se puede observar, de un lado, la ciudad de Santander, y del otro, Pedreña y Somo que, junto con las montañas de fondo, crean una postal única.
Después de abordar el barco, el suave vaivén del mar nos acompañaba mientras la brisa marina acariciaba nuestro rostro y las gaviotas se unían a la travesía.
Ya en Somo, fuimos recibidos con un ambiente deportivo debido a que albergaban el Xpeedin Pro Kids Surf Contest. Tras una breve pausa para observar la competición, nos dispusimos a caminar sobre la arena fina y dorada que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. El mar azul parecía invitarnos a un chapuzón refrescante e incluso ver a tantos surfistas motivaba a adentrarse en este deporte. Sin embargo, nuestro principal objetivo del día era iniciar la caminata hacia Langre, la cual se vio aplazada una media hora, puesto que nos fue inevitable detenernos a tomar fotografías e incluso a pintar la playa.
Ribamontán al Mar posee uno de los arenales más extensos de Cantabria que abarca las playas de El Puntal, Somo y Loredo, y que suman casi ocho kilómetros. Quizá es por eso que la caminata por la playa parecía no acabar.
En la playa de Loredo, tomamos el sendero que nos llevó por las dunas y pinos, guardianes silenciosos de la ruta. Desde ahí tuvimos una magnífica vista de la Isla de Santa Marina hasta llegar al mirador de los Tranquilos, lugar donde volvimos a hacer una breve pausa.
A partir de este punto seguimos el sendero que discurría por los acantilados que recorrimos siempre con cuidado. La vista era simplemente espectacular, algo recurrente en Cantabria, como por ejemplo la ruta por la Costa Quebrada que no puedes perderte. El mar se extendía hasta el horizonte, ofreciendo una sensación de libertad total que las aves parecían disfrutar mientras las observábamos.
Finalmente, divisamos la playa de Langre, otro paraíso de arena dorada enmarcado por altos acantilados y donde nos sentamos a descansar mientras admirábamos el paisaje hasta que llegó la hora de volver. Emprendimos el regreso por el mismo camino que nos había llevado hasta Langre.
De nuevo en Somo, decidimos dedicar el resto del tiempo a explorar El Puntal. Esta estrecha lengua de arena que se adentra en la Bahía de Santander es el lugar perfecto para caminar sin preocuparse por el tiempo que nos quedaba hasta que el barco llegara por nosotros de regreso a Santander. Desde aquí se tiene otra perspectiva de la ciudad y una postal muy bonita del Faro de Mouro y el Palacio de la Magdalena en lo alto.
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